Hay días que una no tiene ganas de hacer algunos trabajos en el jardín o el huerto. Llevaba días ya que no ataba las tomateras a los tutores y habían crecido demasiado.
Estaba un poco desanimada con los tomates. Hay tomates verdes en las matas pero no veía la hora de que maduraran para poder cosecharlos.
Empecé por el bancal más próximo al portón que da acceso a la zona central del jardín porque aún estaba en sombra y fui avanzando. En el cuarto...Sorpresa!! Por fin había algunos maduros!!
Varios de pera, algunos cherry y uno rosa que no me acordé de colocar en el plato, encima de que era el más bonito y gordo. Cachis! jejeje
No son perfectos, ni iguales, ni son los tomates más bonitos del mundo jajajaja Pero a mí me dio igual. Me subí a casa. Serían como las diez. Los puse bajo el agua fresca del grifo. Un plato, un chorro generoso de aceite de oliva virgen extra, unas escamas de sal Maldon...y un pellizco de pan. Bajé con ellos de nuevo al huerto y me dispuse a darme un homenaje allí sentada, mirando mis tomateras mientras me los comía. Un rato de placer lento, pausado, degustando despacito. Trate de encontrar aromas en los rincones de mi paladar...y los hallé!!
Hay placeres tan sencillos pero que reconfortan tanto el alma...
Unos simples tomates dan para eso? Pues sí. A mí sí. Porque no son unos simples tomates. Son los míos. Los primeros que he logrado esta temporada a base de mi trabajo y mis cuidados. A pesar del granizo, del calor infernal de algunos días, de la lluvia torrencial y por supuesto, en paralelo con mi lucha contra mi ignorancia sobre el cultivo de hortalizas y con el permiso de la Naturaleza.
Tenían que saber a Gloria. Y sabían a eso...
;)
María.