Anoche, de madrugada ya, me vinieron a la cabeza algunos pensamientos.
Estaba yo pensando si nuestros jardines evolucionan con nosotros. Y claro, inevitablemente tiene que ser así. Vamos cambiando y según lo hacemos nuestro jardín va adaptándose a esos cambios.
Anoche eché la memoria atrás y me remonté a mi primer jardincillo. Un patio más que otra cosa en un pueblecito del cinturón industrial de Barcelona. Cómo era aquel jardín y como era yo entonces? La cosa es que caí en la cuenta de que él era el producto de lo que yo era entonces. Era extremadamente joven. Creo recordar que tenía veintitantos años. Madre mía… qué atrás está todo aquello y con qué nitidez lo recuerdo, tal se podría decir que aconteció ayer mismo. Pero no, han pasado treinta y muchos años. Toda una vida!
Entonces tenía yo toda la fuerza del mundo. Tenía una capacidad de trabajo casi ilimitada. Mi voluntad movía por aquel entonces montañas (o eso creía yo)!! Eso sí, mi inexperiencia era igual de absoluta y me permitía plantar bulbos de narciso bocabajo. Y claro, luego me extrañaba de que no me brotaran todos!! O echar estiércol fresco a los rosales!! La cuestión es que aquel Rosa ‘Mme. A. Meilland’ (Rosa ‘Peace’ o ‘Gloria Dei’) nunca protestó por aquellas aplicaciones mías, lo cual, a fecha de hoy sigue asombrándome!
Me pasaba la vida plantando y desplantando y es que yo entonces no tenía en cuenta que las plantas crecen y aumentan por ello su tamaño y claro, las plantaba todas bien juntitas para que no hubiera espacio ninguno entre ellas y el jardín pareciera frondoso. Evidentemente al año siguiente estaban apretujadas y tenía que abrir huecos. Qué trajín me traía entonces! Jejeje
Pero a mí no me importaba. Cómo va a importar el trabajo a una muchacha de veintitantos años! Me encaramaba a las escaleras como un gato y desde ellas ataba y desataba rosales y trepadoras porque jamás estaba satisfecha con el lugar que les había asignado.
De aquel jardín jamás hice proyecto alguno. Y es que yo no sabía que para que el resultado fuera aceptable debía tener una idea de conjunto. Debía tener un diseño, un estilo. Yo en mente ni tenía diseño, ni tenía estilo ni tenía nada. Simplemente iba creándolo a medida que iba aprendiendo.
Y ahora que hablo de estilo. Madre mía, si es que yo entonces no tenía casi libros de jardinería ni conocía los estilos ni mis amistades tenían jardines en los que inspirarme. Yo simplemente tenía unos metros de tierra y trataba de poner belleza en ellos como buenamente podía. Qué cosas, mi ignorancia me hacia creer que los resultados eran estupendos!! Bueno, lo importante, pienso ahora, es que a mí me parecía estupendo y sentía felicidad con él.
Y de amores? Cómo andaba yo entonces de amores? Pues igual que de jardinería. Con ganas más que otra cosa. Con voluntad, con ilusión, con fuerza, con tesón. Yo quería locamente a aquel hombre que era el padre de mi hija y él, sin duda, me quería a mí de la misma forma. Nos queríamos de la misma forma que yo jardineaba entonces, simplemente por instinto. Nos queríamos con el alma, con la piel… y la razón el método, el proyecto, la idea de conjunto eran aspectos que aún no habían hecho entrada en mi forma de sentir.
Y aunque no tenía una conciencia plena de que aquella relación me marcaría de por vida (positivamente) la cosa es que me marcó. Igual que me marcó aquel jardín. Condicionó todo lo que yo era y lo que fui en el futuro. Sin duda yo no sería como soy si él no hubiera formado parte de mi vida. Me enriqueció, permitió que creciera a su lado, jamás coartó mi libertad y junto a él me convertí en mejor ser humano.
Mientras él leía y escuchaba música en el patio trasero yo trajinaba y trajinaba con mis plantas y alternaba el jardineo con mis primeros pasos en otra de mis aficiones, la pintura al óleo. Formábamos un buen equipo sin duda!! Él tenía el asiento, la tranquilidad, el equilibrio, la sensatez, la bondad, la inteligencia, la lucidez, el pensamiento a largo plazo… yo tenía la fuerza, la pasión, la ilusión, la alegría, la ternura, la energía y ambos nos complementábamos a la pefección aunque a veces, mis ansias de trabajar nos extenuaban a los dos jajajajaja Eso sí, las diferencias las poníamos al servicio del tándem, del equipo y claro, el resultado era que las diferencias sumaba y no restaban.
Empecé a aprender jardinería igual que aprendí a ser madre y una esposa muy joven. Sin método. Según se iban presentando los problemas iba afrontándolos como podía y bueno, echando una mirada atrás, aquella relación fue sin duda la más importante de mi vida. De aquel jardín no puedo decir lo mismo aunque yo era una pésima jardinera por mi analfabetismo total en estos trabajos sin duda, fue determinante también aquel jardín. Aunque, el jardín de mi vida sin lugar a dudas es este, el que cultivo por fin en este momento de mi vida.
De otra parte he de reconocer que ya, próxima la fecha a abandonar aquel jardín empecé a tomar conciencia de que la jardinería era algo más que lo que yo hacía y si bien no llegué ni por asomo a ser una buena jardinera aprendí algo importantísimo: aprendí a tomar conciencia de lo que no sabía. Y eso me hizo tener muchas, muchas ganas de aprender.
Aquel jardín era como de niña pequeña quizás porque yo apenas hacía unos años que había salido de la adolescencia y sin duda mis gustos infantiles aún perduraron en aquel espacio. Aquella casa era preciosa. Con ventanas con palillería blanca tenía un aire inglés encantador. Jardineras cuajadas de petunias llenaban los alfeizares de las ventanas hacia el este y las gitanilllas colgaban de las que daban al sur. Macetillas de cinerarias alineadas en el borde, colorines, muchos colorines!! jejeje
Y mi empecinamiento que no tenía límites.. a él le gustaba del jardín los aromas y andaluz como era recordaba con añoranza una planta que teniendo unas flores insignificantes e incluso no muy hermosas, exhalaba un aroma embriagador, la dama de noche (Cestrum nocturnum). Cómo no darle gusto? En cuanto localicé en aquel vivero poco o nada abastecido que yo visitaba la planta en cuestión me hice con una y me faltó tiempo para plantarlar con la idea de que creciera en la esquina del pequeño porche. Ay, qué ilusión me hacía pensar que él se deleitara con su aroma cada vez que entrara en casa… Claro, no tuve en cuenta que aquella zona de la provincia de Barcelona sufría heladas, no muy profundas pero lo suficientes como para matar sin piedad a la pobre dama de noche el primer invierno. No pasaba nada. De nuevo, la siguiente primavera compré otra dama de noche y volví a plantarla. Ni los plásticos que ponía por la noche (eso fue de las primeras cosas que aprendí, a proteger las plantas) y que me encargaba de quitar por las mañanas para que la planta no se cociera… ni mis deseos, ni mis ganas lograron nada. Invierno tras invierno las ocho damas de noche que compré durante los ocho años que vivimos allí, fueron muriendo una tras otra. Pero no puede decirse que yo no pusiera de mi parte, eh! jejeje
De haber sido ahora seguramente ni lo hubiera intentado. De hecho aquí, en este jardín de ahora, ni me molesto en intentar tener una dama de noche pero de hacerlo no la habría plantado en la fachada hacia el este. El este es la peor zona para las plantas delicadas. Los rayos del sol dan sobre ellas tan pronto como amanece y las descongela demasiado rápido. El oeste por el contrario, guarda la temperatura de la fachada que toma de día más horas y …Pero claro, quien sabía estas cosas por aquel entonces? Yo, no.
No había aprendido todavía a seleccionar ni a priorizar. Yo lo quería todo. Los años no me habían enseñado todavía que en la vida, todo no se puede tener y que hay que elegir. Así que aunque el jardincillo tenía apenas cuarenta metros cuadrados (si llegaba) yo lo trataba como si fuera una gran parcela. Árboles, arbustos… allí me empeñaba en meter con calzador todo!! Y claro, no prosperaba. Cómo iba a hacerlo si sometía a mis plantas a una competencia de raíces inaguantable!!
Aplicaba al jardín los mismos parámetros que a mí misma. Mi capacidad de trabajo era ilimitada. Era capaz de asistir a mi puesto de trabajo y desempeñarlo con todas las ganas del mundo y lo mejor que sabía. Compaginaba mi actividad laboral y mi maternidad con la universidad y precisamente porque tenía conciencia de las comidas congeladas que él tenía que comer y de la falta de tiempo a la que sometía a mi familia por yo asistir a mis clases, yo me exigía tener buenas notas en los exámenes. Qué menos!! Y las lograba… no sé ni cómo podía. Estudiaba en el autobús de vuelta a casa, en el metro por las mañanas…aprovechaba hasta el último segundo y los tres (él, nuestra niña y yo) nos íbamos las mañanas de los sábados al archivo de aquella Iglesia de Barcelona dónde afortunadamente a pesar de la Guerra Civil Española, se conservaba los libros de registro de defunciones y bautismos del siglo XVI y XVII y de ellos tomábamos los datos que me sirvieron para presentar mi trabajo del último año de carrera en el que tratábamos de relacionar la producción de cereal con las crisis demográficas y epidémicas que se producían posteriormente . Qué frío hacía en aquel archivo ajajjaja La pobre niña tenía que llevar gorro dentro del archivo y a nosotros hasta nos dolían los dedos…a ella le dábamos unos recortes de papel en los que garabateaba datos porque no sabía escribir pero ella se había inventado unos churritos que trazaba con su bolígrafo y que imitaban la letra y números de sus padres. Qué tiempos! Ni el frío, ni el cansancio lograba quitarnos las ganas de reír ni la felicidad…
Pero no, el jardín no era capaz de seguir ni mi ritmo ni mis expectativas en cuanto a su capacidad para albergar cientos de plantaciones en un espacio tan reducido. A mí eso no me importaba porque yo no cejaba, creía entonces que era cuestión de seguir intentándolo.
De todos modos mi capacidad de observación algo me hizo aprender. Recuerdo aquel rosal trepador que llegó a cubrir la fachada y cuyas rosas, al estar orientado al este, permanecían mucho tiempo en condiciones más que aceptables. Fue mi primer rosal y aunque nunca fue más que un híbrido de té desgarbado por lo mal podado porque yo era una absoluta calamidad con las tijeras en la mano y, o podaba a destiempo o podaba por dónde me daba la gana. Laterales? Qué eran ramas laterales? Y yo qué sabía lo que eran!! Horizontalidad de las ramas? Jjajajaja Cómo iba yo a saber lo de la predominancia apical si nadie me lo había explicado? Bien tiesas, para arriba las ramas principales y claro…el pie del arbusto se despobló pero bueno, a mí me sirvió aquel rosal de conejillo de indias y se convirtió en el objeto de mi deseo. Con aquel rosal nació mi gran afición y aunque desde el desconocimiento casi absoluto sentía con mis rosas de forma incipiente lo que luego he llegado a sentir con las que tengo ahora.
Mi hombre, mi niña y mis rosas… esos eran los puntales de mi vida entonces. Como madre, como esposa y como jardinera fuí poco a poco aprendiendo más de mis errores que de otra cosa. El y yo evolucionamos y nuestra relación se adapto a nuestros cambios sin estridencias y sin problemas porque había tanto amor, que no costaba esfuerzo la adaptación. Lo que dábamos al otro no era una renuncia, era algo que nos hacía feliz también a nosotros mismos dándolo.
Y si no había hombre que me pareciera más inteligente, más brillante, más trabajador, más simpático, mejor padre y más leal que el mío. Tampoco había flores que me entusiasmaran más que mis rosas. Ninguna me tenía tan absorta. En ninguna otra lograba la emoción que me proporcionaban ellas. Ya me recuerdo por aquel entonces enamorada de mis reinas. Horas y horas mirando los capullos apenas formados y me acuerdo que miraba aquel “ser” enorme que trepaba por mi fachada como un absoluto gigante misterioso. Yo lo miraba y remiraba tratando de adivinar qué podía hacer yo para tener más rosas… Y de puro mirarlo empecé a tener las primeras intuiciones de cómo debía podar. Descubrí que las rosas, no salían como yo creía el primer año, donde les daba la gana. No. No. Las rosas no salían de las ramas principales…y empecé a deducir…pero para cuando esto comenzó a suceder era el momento de irnos de Cataluña y abandonar aquel pequeño jardín.
Igual que aquella primera relación tenía proyección de futuro y de hecho la realidad demostró que duró media vida (veintitantos años estuve casada con él) aquel jardín condicionó también mucho de lo que luego soy como jardinera. O más bien, fueron tantos y tantos los errores que cometí en él que me hicieron ver qué era lo que no tenía que hacer la siguiente vez. También en el amor aquella relación marcó mi medida. Creo que todo lo que ha venido posteriormente siempre fue comparado con aquel hombre. La medida siempre fue él. Y la verdad, no me arrepiento de ello. Áquel hombre dejó claro en mi corazón cuando me he sentido amada y cuando no. Qué es lealtad y no simple fidelidad. Con él descubrí la generosidad, la protección, la seguridad que se siente cuando te sientes querida. Evidentemente aquellos “mínimos” los he exigió luego. Otra cosa es que nadie haya estado a su altura. Probablemente ni yo misma.
Con aquel hombre aprendí que no te ama el que solo te ayuda a cosechar tus rosas sino el que está ahí para ayudarte a nutrir tu tierra y a renovar sus acolchados para que luego, meses más tarde, tú tengas hermosas rosas en tu jardín. Parece igual una ayuda que la otra. Pero no, no se parecen en nada :)
El tiempo pasa y una madura y la vida, los fracasos y los aciertos, te enseñan...Y cambias, cambias como jardinera y cambias en el amor. Cambiamos en todo!!
La edad te enseña que en un jardín no cabe todo. Esa lección la aprendí bien en el primero así que en el segundo que cuidé prioricé. Vaya que si prioricé!! Un manzano y una budleia. El resto rosales y vivaces. No había espacio para más. En este segundo sí hubo proyecto y diseño. Libros, foros, blogs…España ya había cambiado también, cómo no!! Y yo también, claro.
Ante el inicio de la segunda relación y el segundo jardín yo ya no era la misma. Casi cincuenta años.
Pero si algo he aprendido ahora, casi a los sesenta, es que hay que tener varios jardines antes de afrontar el definitivo. Como hay que tener varios amores para aprender algo sobre el amor. Y que la constancia es positiva pero el empecinamiento no lo es. Que es inútil intentar tener un jardín de aspecto norteño en Madrid y que en la Sierra un jardín puede ser igualmente hermoso sin hortensias y si césped.
Y el tiempo te ayuda a entender que hay que elegir calidad y no cantidad; que es preferible una cena con un buen mantel, copas de cristal y una luz adecuada antes que muchas hamburguesas engullidas precipitadamente sobre mantelillos de papel que a duras penas cubren la mesa, en platos de plástico y rodeados de un sonido infernal del bullicio de un centro comercial.
Al igual que con el tiempo, el jardinero ya no se inclina por la precipitación y por llenar paredes lo más rápidamente posible y empieza a preferir un arbusto bien formado y no le importa invertir varias temporadas en ello porque sabe que luego, el producto final no tendrá comparación. Que es el camino lo que importa y no llegar antes. A buenas horas mangas verdes...
Que el gran orgasmo de los jardines no son las floraciones de mayo si no la untuosidad y la riqueza de las gamas de los colores del otoño. Que tener un jardín hermoso en primavera es fácil pero conseguir que la belleza de octubre supere la de mayo requiere de mucha más sabiduría.
Igual que se termina por saber en el amor, el sexo no se limita al cuadrilátero de una cama si no que comienza a la luz de unas velas con el roce en tu pie de su pie…Aprendes a valorar la belleza de las ramas desnuda en invierno. Y a saber que no todos los días son de vino y rosas y que tiene que haber días malos para que valores los buenos. Comprendes finalmente que un jardín es un todo que se mueve al unísono. Que un conjunto de plantaciones no es un jardín. Que un jardín es mucho más que eso. Y que una pareja no funciona simplemente por vivir bajo el mismo techo si no sintiendo juntos.
Que un jardín es el producto de la constancia, del trabajo sin cesar, de un amor infinito por tu espacio. Que no hay jardín con solo precipitación. Que un jardín requiere de estudio, de observación, de pensar y pensar…de valorar, de sopesar, de elegir!! Y de paciencia…mucha paciencia!!
Que para que lo haya es preciso de un proyecto y de un tiempo. Como en el amor, exactamente igual que en el amor. Que no hay amor que dure sin esfuerzo y sin constancia. Que el amor requiere alimento como nutrientes precisan nuestras rosas. Que el amor tiene etapas como nuestro jardín tiene estaciones.
Que el jardinero solo puede crear el jardín que la tierra te permite. Que el clima, la tierra…esos son los que verdaderamente deciden los límites de tu jardín y que no hay empecinamiento que pueda con ellos. Que al final ellos, la Naturaleza, siempre gana…
En el amor pasa igual. De nada vale que tengamos un proyecto si no es el proyecto de dos. De nada vale intentar mantener a tu lado a quién no te ama. De nada vale lucha alguna cuando la generosidad del amor desaparece cuando éste comienza a menguar.
Los jardines hay que crearlos adaptados al clima, al suelo y a las fuerzas físicas de las que disponemos y el amor debiéramos de intentarlo solo con quién tiene unas afinidades mínimas con uno mismo. Agua y aceite jamás casarán sino es como una emulsión provisional.
Hortensias y clima tórrido y seco no hacen buenas migas. Como no lo hacen caos y orden; locura y sensatez; previsión y actuar sobre la marcha. Trepadores sí, pero a una altura que te permita llegar tu vértigo como es mi caso. Porque este año podrán pasar si podar pero y el que viene?
Sí, en el amor y en los jardines, la edad te enseña que hay que tener en cuenta las limitaciones y las características propias de cada uno. El jardín debe proporcionarnos felicidad. Y si lo hemos hecho medianamente bien, el trabajo, el cansancio que tenemos en su cuidado, no nos sobrepasará y cuando nos sentemos a tomar aliento podremos seguir sintiendo ese regocijo que se siente al mirarlo. Pero si abarcamos más de lo que podemos, si el proyecto no es practicable para nosotros, la inversión serán tan grande que llegará un momento en que habremos perdido la finalidad principal de un jardinero: ser feliz con su espacio. Y jardinear solo será trabajo sin deleite. Mala cosa.
Igual que en el amor. Exactamente igual. Cuando las renuncias superan lo que nos aporta, la felicidad desaparece. Y cuando esta se va, mala cosa también.
El amor convierte cualquier renuncia en un gesto que proporciona felicidad a los dos, el desamor hace que esta misma renuncia se viva como una especie de robo, de sustracción. Lo que no se da con amor, no se disfruta. Se siente como una pérdida, como una renuncia abusiva hacia el otro.
Sigo teniendo capacidad de trabajo, perseverancia, constancia y un capacidad de emoción importantes. Creí hasta hace poco que tenía capacidad de seguir enamorada hasta las trancas. Es posible que ya no tenga esa capacidad porque siento que la vida me ha atropellado. Lo que sí tengo claro es que al igual que cuando proyecté este jardín mío (espero que el último) tuve un proyecto y consideré qué era posible y qué no. Qué sería posible no ahora si no dentro de unos años cuando mis fuerzas mengüen. Qué será practicable para mí y que no lo será con este vértigo que he desarrollado. Qué permite mi suelo arenoso y qué no. Exactamente igual, si llega el remoto caso en mi vida en que me vuelva a enamorar… intuyo que solo podré hacerlo de alguien compatible conmigo. Con alguien con un mismo proyecto vital: un jardinero. Alguien que ame como yo las rosas.
Gracias por estar siempre ahí, queridos lectores.
Estaba yo pensando si nuestros jardines evolucionan con nosotros. Y claro, inevitablemente tiene que ser así. Vamos cambiando y según lo hacemos nuestro jardín va adaptándose a esos cambios.
Anoche eché la memoria atrás y me remonté a mi primer jardincillo. Un patio más que otra cosa en un pueblecito del cinturón industrial de Barcelona. Cómo era aquel jardín y como era yo entonces? La cosa es que caí en la cuenta de que él era el producto de lo que yo era entonces. Era extremadamente joven. Creo recordar que tenía veintitantos años. Madre mía… qué atrás está todo aquello y con qué nitidez lo recuerdo, tal se podría decir que aconteció ayer mismo. Pero no, han pasado treinta y muchos años. Toda una vida!
Entonces tenía yo toda la fuerza del mundo. Tenía una capacidad de trabajo casi ilimitada. Mi voluntad movía por aquel entonces montañas (o eso creía yo)!! Eso sí, mi inexperiencia era igual de absoluta y me permitía plantar bulbos de narciso bocabajo. Y claro, luego me extrañaba de que no me brotaran todos!! O echar estiércol fresco a los rosales!! La cuestión es que aquel Rosa ‘Mme. A. Meilland’ (Rosa ‘Peace’ o ‘Gloria Dei’) nunca protestó por aquellas aplicaciones mías, lo cual, a fecha de hoy sigue asombrándome!
Imagen de Wikipedia |
Pero a mí no me importaba. Cómo va a importar el trabajo a una muchacha de veintitantos años! Me encaramaba a las escaleras como un gato y desde ellas ataba y desataba rosales y trepadoras porque jamás estaba satisfecha con el lugar que les había asignado.
De aquel jardín jamás hice proyecto alguno. Y es que yo no sabía que para que el resultado fuera aceptable debía tener una idea de conjunto. Debía tener un diseño, un estilo. Yo en mente ni tenía diseño, ni tenía estilo ni tenía nada. Simplemente iba creándolo a medida que iba aprendiendo.
Y ahora que hablo de estilo. Madre mía, si es que yo entonces no tenía casi libros de jardinería ni conocía los estilos ni mis amistades tenían jardines en los que inspirarme. Yo simplemente tenía unos metros de tierra y trataba de poner belleza en ellos como buenamente podía. Qué cosas, mi ignorancia me hacia creer que los resultados eran estupendos!! Bueno, lo importante, pienso ahora, es que a mí me parecía estupendo y sentía felicidad con él.
Y de amores? Cómo andaba yo entonces de amores? Pues igual que de jardinería. Con ganas más que otra cosa. Con voluntad, con ilusión, con fuerza, con tesón. Yo quería locamente a aquel hombre que era el padre de mi hija y él, sin duda, me quería a mí de la misma forma. Nos queríamos de la misma forma que yo jardineaba entonces, simplemente por instinto. Nos queríamos con el alma, con la piel… y la razón el método, el proyecto, la idea de conjunto eran aspectos que aún no habían hecho entrada en mi forma de sentir.
Y aunque no tenía una conciencia plena de que aquella relación me marcaría de por vida (positivamente) la cosa es que me marcó. Igual que me marcó aquel jardín. Condicionó todo lo que yo era y lo que fui en el futuro. Sin duda yo no sería como soy si él no hubiera formado parte de mi vida. Me enriqueció, permitió que creciera a su lado, jamás coartó mi libertad y junto a él me convertí en mejor ser humano.
Mientras él leía y escuchaba música en el patio trasero yo trajinaba y trajinaba con mis plantas y alternaba el jardineo con mis primeros pasos en otra de mis aficiones, la pintura al óleo. Formábamos un buen equipo sin duda!! Él tenía el asiento, la tranquilidad, el equilibrio, la sensatez, la bondad, la inteligencia, la lucidez, el pensamiento a largo plazo… yo tenía la fuerza, la pasión, la ilusión, la alegría, la ternura, la energía y ambos nos complementábamos a la pefección aunque a veces, mis ansias de trabajar nos extenuaban a los dos jajajajaja Eso sí, las diferencias las poníamos al servicio del tándem, del equipo y claro, el resultado era que las diferencias sumaba y no restaban.
Empecé a aprender jardinería igual que aprendí a ser madre y una esposa muy joven. Sin método. Según se iban presentando los problemas iba afrontándolos como podía y bueno, echando una mirada atrás, aquella relación fue sin duda la más importante de mi vida. De aquel jardín no puedo decir lo mismo aunque yo era una pésima jardinera por mi analfabetismo total en estos trabajos sin duda, fue determinante también aquel jardín. Aunque, el jardín de mi vida sin lugar a dudas es este, el que cultivo por fin en este momento de mi vida.
De otra parte he de reconocer que ya, próxima la fecha a abandonar aquel jardín empecé a tomar conciencia de que la jardinería era algo más que lo que yo hacía y si bien no llegué ni por asomo a ser una buena jardinera aprendí algo importantísimo: aprendí a tomar conciencia de lo que no sabía. Y eso me hizo tener muchas, muchas ganas de aprender.
Aquel jardín era como de niña pequeña quizás porque yo apenas hacía unos años que había salido de la adolescencia y sin duda mis gustos infantiles aún perduraron en aquel espacio. Aquella casa era preciosa. Con ventanas con palillería blanca tenía un aire inglés encantador. Jardineras cuajadas de petunias llenaban los alfeizares de las ventanas hacia el este y las gitanilllas colgaban de las que daban al sur. Macetillas de cinerarias alineadas en el borde, colorines, muchos colorines!! jejeje
Y mi empecinamiento que no tenía límites.. a él le gustaba del jardín los aromas y andaluz como era recordaba con añoranza una planta que teniendo unas flores insignificantes e incluso no muy hermosas, exhalaba un aroma embriagador, la dama de noche (Cestrum nocturnum). Cómo no darle gusto? En cuanto localicé en aquel vivero poco o nada abastecido que yo visitaba la planta en cuestión me hice con una y me faltó tiempo para plantarlar con la idea de que creciera en la esquina del pequeño porche. Ay, qué ilusión me hacía pensar que él se deleitara con su aroma cada vez que entrara en casa… Claro, no tuve en cuenta que aquella zona de la provincia de Barcelona sufría heladas, no muy profundas pero lo suficientes como para matar sin piedad a la pobre dama de noche el primer invierno. No pasaba nada. De nuevo, la siguiente primavera compré otra dama de noche y volví a plantarla. Ni los plásticos que ponía por la noche (eso fue de las primeras cosas que aprendí, a proteger las plantas) y que me encargaba de quitar por las mañanas para que la planta no se cociera… ni mis deseos, ni mis ganas lograron nada. Invierno tras invierno las ocho damas de noche que compré durante los ocho años que vivimos allí, fueron muriendo una tras otra. Pero no puede decirse que yo no pusiera de mi parte, eh! jejeje
De haber sido ahora seguramente ni lo hubiera intentado. De hecho aquí, en este jardín de ahora, ni me molesto en intentar tener una dama de noche pero de hacerlo no la habría plantado en la fachada hacia el este. El este es la peor zona para las plantas delicadas. Los rayos del sol dan sobre ellas tan pronto como amanece y las descongela demasiado rápido. El oeste por el contrario, guarda la temperatura de la fachada que toma de día más horas y …Pero claro, quien sabía estas cosas por aquel entonces? Yo, no.
No había aprendido todavía a seleccionar ni a priorizar. Yo lo quería todo. Los años no me habían enseñado todavía que en la vida, todo no se puede tener y que hay que elegir. Así que aunque el jardincillo tenía apenas cuarenta metros cuadrados (si llegaba) yo lo trataba como si fuera una gran parcela. Árboles, arbustos… allí me empeñaba en meter con calzador todo!! Y claro, no prosperaba. Cómo iba a hacerlo si sometía a mis plantas a una competencia de raíces inaguantable!!
Aplicaba al jardín los mismos parámetros que a mí misma. Mi capacidad de trabajo era ilimitada. Era capaz de asistir a mi puesto de trabajo y desempeñarlo con todas las ganas del mundo y lo mejor que sabía. Compaginaba mi actividad laboral y mi maternidad con la universidad y precisamente porque tenía conciencia de las comidas congeladas que él tenía que comer y de la falta de tiempo a la que sometía a mi familia por yo asistir a mis clases, yo me exigía tener buenas notas en los exámenes. Qué menos!! Y las lograba… no sé ni cómo podía. Estudiaba en el autobús de vuelta a casa, en el metro por las mañanas…aprovechaba hasta el último segundo y los tres (él, nuestra niña y yo) nos íbamos las mañanas de los sábados al archivo de aquella Iglesia de Barcelona dónde afortunadamente a pesar de la Guerra Civil Española, se conservaba los libros de registro de defunciones y bautismos del siglo XVI y XVII y de ellos tomábamos los datos que me sirvieron para presentar mi trabajo del último año de carrera en el que tratábamos de relacionar la producción de cereal con las crisis demográficas y epidémicas que se producían posteriormente . Qué frío hacía en aquel archivo ajajjaja La pobre niña tenía que llevar gorro dentro del archivo y a nosotros hasta nos dolían los dedos…a ella le dábamos unos recortes de papel en los que garabateaba datos porque no sabía escribir pero ella se había inventado unos churritos que trazaba con su bolígrafo y que imitaban la letra y números de sus padres. Qué tiempos! Ni el frío, ni el cansancio lograba quitarnos las ganas de reír ni la felicidad…
Pero no, el jardín no era capaz de seguir ni mi ritmo ni mis expectativas en cuanto a su capacidad para albergar cientos de plantaciones en un espacio tan reducido. A mí eso no me importaba porque yo no cejaba, creía entonces que era cuestión de seguir intentándolo.
De todos modos mi capacidad de observación algo me hizo aprender. Recuerdo aquel rosal trepador que llegó a cubrir la fachada y cuyas rosas, al estar orientado al este, permanecían mucho tiempo en condiciones más que aceptables. Fue mi primer rosal y aunque nunca fue más que un híbrido de té desgarbado por lo mal podado porque yo era una absoluta calamidad con las tijeras en la mano y, o podaba a destiempo o podaba por dónde me daba la gana. Laterales? Qué eran ramas laterales? Y yo qué sabía lo que eran!! Horizontalidad de las ramas? Jjajajaja Cómo iba yo a saber lo de la predominancia apical si nadie me lo había explicado? Bien tiesas, para arriba las ramas principales y claro…el pie del arbusto se despobló pero bueno, a mí me sirvió aquel rosal de conejillo de indias y se convirtió en el objeto de mi deseo. Con aquel rosal nació mi gran afición y aunque desde el desconocimiento casi absoluto sentía con mis rosas de forma incipiente lo que luego he llegado a sentir con las que tengo ahora.
Mi hombre, mi niña y mis rosas… esos eran los puntales de mi vida entonces. Como madre, como esposa y como jardinera fuí poco a poco aprendiendo más de mis errores que de otra cosa. El y yo evolucionamos y nuestra relación se adapto a nuestros cambios sin estridencias y sin problemas porque había tanto amor, que no costaba esfuerzo la adaptación. Lo que dábamos al otro no era una renuncia, era algo que nos hacía feliz también a nosotros mismos dándolo.
Y si no había hombre que me pareciera más inteligente, más brillante, más trabajador, más simpático, mejor padre y más leal que el mío. Tampoco había flores que me entusiasmaran más que mis rosas. Ninguna me tenía tan absorta. En ninguna otra lograba la emoción que me proporcionaban ellas. Ya me recuerdo por aquel entonces enamorada de mis reinas. Horas y horas mirando los capullos apenas formados y me acuerdo que miraba aquel “ser” enorme que trepaba por mi fachada como un absoluto gigante misterioso. Yo lo miraba y remiraba tratando de adivinar qué podía hacer yo para tener más rosas… Y de puro mirarlo empecé a tener las primeras intuiciones de cómo debía podar. Descubrí que las rosas, no salían como yo creía el primer año, donde les daba la gana. No. No. Las rosas no salían de las ramas principales…y empecé a deducir…pero para cuando esto comenzó a suceder era el momento de irnos de Cataluña y abandonar aquel pequeño jardín.
Igual que aquella primera relación tenía proyección de futuro y de hecho la realidad demostró que duró media vida (veintitantos años estuve casada con él) aquel jardín condicionó también mucho de lo que luego soy como jardinera. O más bien, fueron tantos y tantos los errores que cometí en él que me hicieron ver qué era lo que no tenía que hacer la siguiente vez. También en el amor aquella relación marcó mi medida. Creo que todo lo que ha venido posteriormente siempre fue comparado con aquel hombre. La medida siempre fue él. Y la verdad, no me arrepiento de ello. Áquel hombre dejó claro en mi corazón cuando me he sentido amada y cuando no. Qué es lealtad y no simple fidelidad. Con él descubrí la generosidad, la protección, la seguridad que se siente cuando te sientes querida. Evidentemente aquellos “mínimos” los he exigió luego. Otra cosa es que nadie haya estado a su altura. Probablemente ni yo misma.
Con aquel hombre aprendí que no te ama el que solo te ayuda a cosechar tus rosas sino el que está ahí para ayudarte a nutrir tu tierra y a renovar sus acolchados para que luego, meses más tarde, tú tengas hermosas rosas en tu jardín. Parece igual una ayuda que la otra. Pero no, no se parecen en nada :)
El tiempo pasa y una madura y la vida, los fracasos y los aciertos, te enseñan...Y cambias, cambias como jardinera y cambias en el amor. Cambiamos en todo!!
La edad te enseña que en un jardín no cabe todo. Esa lección la aprendí bien en el primero así que en el segundo que cuidé prioricé. Vaya que si prioricé!! Un manzano y una budleia. El resto rosales y vivaces. No había espacio para más. En este segundo sí hubo proyecto y diseño. Libros, foros, blogs…España ya había cambiado también, cómo no!! Y yo también, claro.
Ante el inicio de la segunda relación y el segundo jardín yo ya no era la misma. Casi cincuenta años.
Pero si algo he aprendido ahora, casi a los sesenta, es que hay que tener varios jardines antes de afrontar el definitivo. Como hay que tener varios amores para aprender algo sobre el amor. Y que la constancia es positiva pero el empecinamiento no lo es. Que es inútil intentar tener un jardín de aspecto norteño en Madrid y que en la Sierra un jardín puede ser igualmente hermoso sin hortensias y si césped.
Y el tiempo te ayuda a entender que hay que elegir calidad y no cantidad; que es preferible una cena con un buen mantel, copas de cristal y una luz adecuada antes que muchas hamburguesas engullidas precipitadamente sobre mantelillos de papel que a duras penas cubren la mesa, en platos de plástico y rodeados de un sonido infernal del bullicio de un centro comercial.
Al igual que con el tiempo, el jardinero ya no se inclina por la precipitación y por llenar paredes lo más rápidamente posible y empieza a preferir un arbusto bien formado y no le importa invertir varias temporadas en ello porque sabe que luego, el producto final no tendrá comparación. Que es el camino lo que importa y no llegar antes. A buenas horas mangas verdes...
Que el gran orgasmo de los jardines no son las floraciones de mayo si no la untuosidad y la riqueza de las gamas de los colores del otoño. Que tener un jardín hermoso en primavera es fácil pero conseguir que la belleza de octubre supere la de mayo requiere de mucha más sabiduría.
Igual que se termina por saber en el amor, el sexo no se limita al cuadrilátero de una cama si no que comienza a la luz de unas velas con el roce en tu pie de su pie…Aprendes a valorar la belleza de las ramas desnuda en invierno. Y a saber que no todos los días son de vino y rosas y que tiene que haber días malos para que valores los buenos. Comprendes finalmente que un jardín es un todo que se mueve al unísono. Que un conjunto de plantaciones no es un jardín. Que un jardín es mucho más que eso. Y que una pareja no funciona simplemente por vivir bajo el mismo techo si no sintiendo juntos.
Que un jardín es el producto de la constancia, del trabajo sin cesar, de un amor infinito por tu espacio. Que no hay jardín con solo precipitación. Que un jardín requiere de estudio, de observación, de pensar y pensar…de valorar, de sopesar, de elegir!! Y de paciencia…mucha paciencia!!
Que para que lo haya es preciso de un proyecto y de un tiempo. Como en el amor, exactamente igual que en el amor. Que no hay amor que dure sin esfuerzo y sin constancia. Que el amor requiere alimento como nutrientes precisan nuestras rosas. Que el amor tiene etapas como nuestro jardín tiene estaciones.
Que el jardinero solo puede crear el jardín que la tierra te permite. Que el clima, la tierra…esos son los que verdaderamente deciden los límites de tu jardín y que no hay empecinamiento que pueda con ellos. Que al final ellos, la Naturaleza, siempre gana…
En el amor pasa igual. De nada vale que tengamos un proyecto si no es el proyecto de dos. De nada vale intentar mantener a tu lado a quién no te ama. De nada vale lucha alguna cuando la generosidad del amor desaparece cuando éste comienza a menguar.
Los jardines hay que crearlos adaptados al clima, al suelo y a las fuerzas físicas de las que disponemos y el amor debiéramos de intentarlo solo con quién tiene unas afinidades mínimas con uno mismo. Agua y aceite jamás casarán sino es como una emulsión provisional.
Hortensias y clima tórrido y seco no hacen buenas migas. Como no lo hacen caos y orden; locura y sensatez; previsión y actuar sobre la marcha. Trepadores sí, pero a una altura que te permita llegar tu vértigo como es mi caso. Porque este año podrán pasar si podar pero y el que viene?
Sí, en el amor y en los jardines, la edad te enseña que hay que tener en cuenta las limitaciones y las características propias de cada uno. El jardín debe proporcionarnos felicidad. Y si lo hemos hecho medianamente bien, el trabajo, el cansancio que tenemos en su cuidado, no nos sobrepasará y cuando nos sentemos a tomar aliento podremos seguir sintiendo ese regocijo que se siente al mirarlo. Pero si abarcamos más de lo que podemos, si el proyecto no es practicable para nosotros, la inversión serán tan grande que llegará un momento en que habremos perdido la finalidad principal de un jardinero: ser feliz con su espacio. Y jardinear solo será trabajo sin deleite. Mala cosa.
Igual que en el amor. Exactamente igual. Cuando las renuncias superan lo que nos aporta, la felicidad desaparece. Y cuando esta se va, mala cosa también.
El amor convierte cualquier renuncia en un gesto que proporciona felicidad a los dos, el desamor hace que esta misma renuncia se viva como una especie de robo, de sustracción. Lo que no se da con amor, no se disfruta. Se siente como una pérdida, como una renuncia abusiva hacia el otro.
Sigo teniendo capacidad de trabajo, perseverancia, constancia y un capacidad de emoción importantes. Creí hasta hace poco que tenía capacidad de seguir enamorada hasta las trancas. Es posible que ya no tenga esa capacidad porque siento que la vida me ha atropellado. Lo que sí tengo claro es que al igual que cuando proyecté este jardín mío (espero que el último) tuve un proyecto y consideré qué era posible y qué no. Qué sería posible no ahora si no dentro de unos años cuando mis fuerzas mengüen. Qué será practicable para mí y que no lo será con este vértigo que he desarrollado. Qué permite mi suelo arenoso y qué no. Exactamente igual, si llega el remoto caso en mi vida en que me vuelva a enamorar… intuyo que solo podré hacerlo de alguien compatible conmigo. Con alguien con un mismo proyecto vital: un jardinero. Alguien que ame como yo las rosas.
Gracias por estar siempre ahí, queridos lectores.
¡Qué belleza!
ResponderEliminarMaría, qué hermosas reflexiones! Yo he vivido toda mi vida en esta casa y este ha sido mi único jardín. En otro tiempo fue el jardín de mi abuelo, un hombre amante de las plantas pero muy practico en cuanto a lo que cultivaba, nada complicado ni nada que no aceptase el clima de la zona. él plantaba hibiscos, gardenias, dalias, geranios y claro su huerto donde había tomates, calabazas, coles ..yo amaba ayudarlo con el jardín pero no tenía mucha voz y voto sobre lo que se plantaba, si lo convencí de poner algunos pocos rosales aunque él sabía lo complicados que son en esta zona, uno de ellos aun sobrevive con más de 20 años en el jardín. Después de su muerte el jardín quedo en mis manos y decidí comenzar a plantar las plantas con las que siempre soñé.. esas que veía en los libros de jardinería ingleses, alemanes y suecos que cuando era niño me fascinaban y transportaban a esos jardines verdes, verdísimos plenos de rosales, lupines, peonias y tulipanes. Fue el comienzo de mi guerra contra el clima y años de previsibles derrotas, cientos de plantas muertas, dinero desperdiciado y mucha frustración y pena..ya sabes la historia. Y aunque en estos últimos años he relajado un poco mi testarudez y dejado de comprar muchas plantas imposibles y planté especies más acordes al clima yo siento que nunca voy a estar conforme ni feliz con lo que puedo plantar aquí con excepción de las camelias que son las únicas plantas que me gustan realmente y crece sin problemas, y aunque intento encontrar belleza en palmeras e hibiscos pero no puedo aceptarlo no completamente...este verano está siendo especialmente caluroso y veo a mis rosas languidecer y a algunas morir y me carcome la frustración! además para empeorar mi cuadro de negación del clima encontré un vivero no muy lejos que vende rosales David Austin y no pude resistir la tentación de comprar un par.... siento que a menos que me mude a otro clima más frio nunca voy a sentirme feliz con mi jardín y me siento aún muy lejos de ese punto que describiste en tus entrada en que uno finalmente acepta las limitaciones del clima, tal vez dentro de muchos años lo logre o tal vez me mude al sur y tenga todas las rosas y peonias que siempre soñé! aunque echaría de menos a las camelias! Te envio un saludo y deseo lo mejor para la primavera que se acerca a tu hemisferio, aquí se acerca el otoño que es una segunda primavera!
ResponderEliminarYo tengo la fortuna de tener contento con lo que tengo. Pero además no es simplemente que acepte las cosas y me conforme, es que mi gusto va evolucionando y lo cierto es que me resulta extremadamente fácil encontrar la belleza en cualquier jardín que esté equilibrado, que tenga un hilo conductor, que delate claramente su estilo y definitiva cualquier espacio en el que el buen hacer del jardinero sea palpable. Sin duda yo no sería feliz con mis rosas si ellas estuvieran siempre padeciendo. Yo también lo estaría. Y sin duda desistiría de tantos años de persistir intentado que no mueran y con la única aspiración de que sobrevivan. No, esto no me haría feliz.
EliminarEres tú el que debe valorar qué te produce más o menos felicidad o más o menos infelicidad. Si centrarte en crear un jardín acorde con tu clima no te proporciona una felicidad razonable y estás más a gusto debatiéndote en batallas eternas contra el clima... solo tú conoces tu interior. Lo importante es ser lo más feliz posible. Sea del modo que sea.
Un abrazo, amigo.
Si, es verdad. Nosotras y nuestros jardines evolucionamos. Ni somos ni son los mismos que hace años ... afortunadamente evolucionamos. De los fracasos vamos aprendiendo, en la vida y en los jardines. Y en eso estamos. Sin perder nunca la ilusión, porque la vida, igual que el jardine, dá sorpresas. Te deseo, María, amiga jardinera, las más gratas sorpresas en todo.
ResponderEliminarUn beso grande.
Gracias, Loliña. A ver si echamos una charlita de esas nuestras largas y tranquilas, que hace mucho que no lo hacemos. Un abrazo, amiga Lola.
EliminarQue lindo María, me encanta leerte. Besitos.
ResponderEliminarMe encanta que te encante! jeje
EliminarHermosa e interesante tu reflexión, María, me gusta la compración de la jardinería y el amor y esa evolución personal en ambas. Mal nos iría si fueramos exactamente iguales que cuando teníamos 20 años ¡inmaduras e imputuosas, jaja! en cambio, con el paso de los años, la serenidad y la reflexión son el motor que nos mueve, en tu caso la pasión sigue floreciendo ¡enhorabuena por toda esa energía y ese amor que sientes!
ResponderEliminarMuchos besos, guapa.
He leído todo. Me encantó!!! Tenemos mas o menos la misma edad. Yo sigo con mi primer amor, pero he cambiado muchas veces de jardín. Y hoy, con éste nuevo, aunque ya estamos en ésta casa hace 15 años, tuvimos que vender parte del terreno, y estoy armando mi nuevo jardín. Igual que vos, yo soy la jardinera, y él me ayuda...Estoy en pleno proceso de armado, pero todavía estoy como vos a tus 20 años...pongo de todo...Pareciera ser que la vida me ha enseñado mucho...de todo, menos de jardín. Por eso leo y leo y leo sobre plantas, sobre diseño, sobre suelo, sol, riego...plagas...etc. Por suerte soy consciente de que no sé demasiado...Siempre he tenido arbustos, no me interesaba demasiado si tenían flores o no.... ahora intento darle color, mucho color. Y en eso estoy. Creo que en el momento de mi vida en la que estoy, necesito eso...color!!!Un beso ...y me encanta tu blog!!!!!!
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