Era el último día. Desde mi casa anduve tranquilamente hasta la parada del autobús que me llevaría al tren hacia la localidad dónde está (estaba) mi puesto de trabajo. Quería que todo pasara despacio; escudriñar mis emociones; diseccionar todo lo que pasara aquella mañana por mi cabeza y en mi corazón porque sabía que aquel día era un hito en mi vida. Me sentía extraña. Llevaba meses de baja médica desde que justo antes de la declaración del Estado de Alarma sufrí un infarto de miocardio. Pero no ir a trabajar durante un tiempo no hace que sientas que estás jubilada. Una tiene una sensación de que es una situación provisional y le resulta imposible pensar que nunca más volverás a trabajar. Aunque lo supiera, mentalmente necesitaba el protocolo de la firma. Y a eso iba, a firmar los documentos por los que cesaría en el servicio activo.