Llevamos varios artículos en los que tratamos los fertilizantes. En el último incluso hemos visto algo más de cerca algunos de los materiales que se usan en jardinería orgánica.
No obstante, antes de empezar a hacer aportaciones a lo loco con la intención de nutrir nuestras plantas o de modificar la estructura de la tierra dónde crecen las raíces de nuestros rosales, deberíamos conocer, aunque solo sea someramente el tipo de suelo con el que contamos en nuestro jardín y su pH.
Esta información se hace del todo imprescindible para ver en qué dirección debemos encaminar nuestros pasos a la hora de modificar nuestro suelo.
El tipo de suelo.
Si un suelo es arenoso o predomina en él la arcilla, casi todos los jardineros con algo de experiencia lo sabemos a simple vista. Metemos las manos en él, tomamos un puñado...y no hay duda!!
Pero seguramente habrá quién no tiene ni la más remota idea de estos aspectos porque está dando sus primeros pasos en jardinería.
No hay duda de que lo idóneo sería enviar algunas muestras de nuestro suelo para que una empresa especializada hiciera un análisis profesional. Pero ya se sabe, no siempre lo idóneo es lo que hacemos. Por tiempo, por dejadez, porque pensamos que es muy caro, porque no nos acordamos...en fin. Mil pueden ser las razones.
En todo caso, algunas pruebas caseras nos pueden dar "indicios" de las características de nuestro suelo. No se trata como digo, de pruebas científicas y por tanto con una absoluta fiabilidad. No vamos a obtener con ellas valores exactos, pero a nivel de aficionado y salvo que tengamos unos problemas muy graves en el suelo de nuestro jardín, al menos nos pueden orientar de en qué "dirección" debemos actuar sobre nuestro suelo. Saber al menos el tipo de suelo que tenemos nos ayudará a cuidarlo, modificarlo, rectificarlo, etc según sus características para que pueda atender las necesidades de nuestras plantas.
El suelo es la base del crecimiento de las plantas. Sobre él se desarrollan las raíces de nuestros rosales y de él toman buena parte de todos los elementos que precisan para su nutrición. La salud, estructura, fertilidad...de nuestro suelo es en gran medida lo que determina el éxito o el fracaso en la mayoría de cultivos.
Tres son los componentes inorgánicos principales: arena, limo y arcilla. Todas ellas son partículas que proviene de la erosión y que combinadas entre ellas darán lugar a uno u otro tipo de suelo. La predominancia de una o varias de ellas determina las características del mismo y su comportamiento en muchos aspectos a la hora de ser cultivado. Así la capacidad de retención de agua, de nutrientes, la compactación o no, la capacidad de estar aireado...son factores que se basan en buena parte en el tamaño de estas partículas de las que está compuesto principalmente el suelo en cuestión.
De menor a mayor tendríamos
Partículas de arcilla: miden menos de 0,002 mm.
Partículas de limo: miden entre 0,002 y 0,05 mm
Partículas de arena: Entre 0,05 y 2 mm
Los suelos arcillosos (también llamados suelos pesados) tienden a la compactación sobre todo si los pisamos cuando están húmedos. Absorven y conservan mucho tiempo el agua y tienen un drenaje lento. Una vez secos se vuelven duros e incluso llegan a agrietarse si no se les aporta humedad. Son suelos que contienen bastantes nutrientes pero tardan bastante en calentarse en primavera si los comparamos con los suelos arenosos. En estos suelos las partículas de arcilla predominan en al menos un 25%.
En los suelos arenosos por el contrario, priman las partículas de arena que son mucho más gruesas que la arcilla. El tamaño de estas partículas de arena permiten la formación de grandes huecos entre ellas llenas de aire. Son suelos sueltos, ligeros, sin problema alguno de drenaje e incluso con retención deficiente lo que hace que requieran riegos más frecuentes. Incluso con tanta capacidad para drenar que tienen a lixiviarse fácilmente con lo que los nutrientes descienden a las capas inferiores de ellos dejando estar al alcance de las raíces. Suelen ser suelos pobres precisamente por su escasa capacidad para reneter nutrientes entre sus partículas. En general suelen ser suelos con cierto grado de acidez.
Los suelos limosos, lógicamente son los suelos en los que abundan las partículas de limo que tienen un tamaño intermedio. Con una buena capacidad de retener nutrientes, con buena capacidad también para retener la humedad. Con cierta tendencia a compactarse. Son suelos muy fértiles y que se trabajan muy fácilmente.
Los suelos francos serían los suelos con un equilibrio entre los tres tipos de partícula de modo tal que no padecen los inconvenientes de los suelos arcillosos ni los de los arenosos. Se trata de suelos muy fáciles de trabajar y muy fértiles ya que tiene una alta capacidad de almacenar nutrientes. Un buen drenaje y a la vez una retención adecuada de agua. Al tener buena aireación no llegan a estar compactados con facilidad como ocurre con las arcillas.
Un suelo formado por una cantidad equilibrada de estos tipos de partícula conforma un suelo fértil, con una estructura conformada por pequeños "grumos" y con un buen drenaje.
Por el contrario cuando el suelo está desequilibrado, por ejemplo los muy arenosos y carentes de materia orgánica, al no haber grumos de materia orgánica entre las partículas que lo forman, el agua y los nutrientes se lixivian con facilidad, dando lugar a suelos generalmente bastante pobres en nutrientes.
Un problema semejante lo tenemos en suelos excesivamente arcillosos y mal estructurados. Aquí el problema es el contrario. Los poros entre las diminutas partículas son tan pequeñas y éstas se acomplan de forma tan compacta y junta entre ellas que es difícil que el agua y el aire penetre entre los huecos, llegando a formar terrenos completamente endurecidos incluso llegándose resquebrajar cuando están secos en verano.
Tanto en un caso como en el otro, la adición de abundante materia orgánica en forma de compost y estiércol mejorará su estructura. Deberíamos trabajar en los primeros 30 cm el suelo serviamente a hacerlo servir para plantaciones.
Como vemos, el cuidado y respeto por el suelo es fundamental para un cultivo adecuado y sano de nuestros plantas en general y de nuestros rosales en particular.
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Manipular entre las manos un puñado de nuestro suelo, amasarlo, notar su textura, comprobar la facilidad o no para formar una bola con él; si es posible llegar a convertirlo en una forma más alargada y estrecha, con qué facilidad se mantienen compactas estas formas o qué tan fácil se disgregan... todo esto nos va a aportar también información sobre nuestro suelo.
El color no siempre es del todo fiable. Me explico. Entre la muestra de suelo del jardín trasero y la de uno de los hoyos de plantación de los rosales, en cuanto a color, no presentaban demasiadas diferencias. En cambio a la hora de trabajar entre las manos ambas muestras su ductilidad y lo manejables y fáciles de formar una bola o una forma algo más alargada, fueron muy distintas.
Mientras tuve entre las manos la muestra de suelo del seto norte tratando de formar con ella una bola, noté claramente las partículas de arena. Eran gruesas y la mezcla no resultó fácil de darle la forma de una bola. No logré hacer con ella una forma algo más alargada, el suelo se disgregó constantemente. Como veremos más abajo y una vez realizada la prueba de sedimentación, el resultado sería un suelo arenoso franco.
La muestra del jardín trasero por el contrario me permitió hacer más fácilmente una bola. Era algo más suave, noté menos la arena y logré, aunque con bastante dificultad, llegar a darle forma algo alargada. Según la prueba de sedimentación se trata de un suelo franco arenoso.
Por último, la tierra que extraje del interior de un hoyo de plantación de un rosal era mucho más dúctil y suave. Con esta tierra mezclada con agua fue fácil hacer una bola e incluso conseguí sin demasiados problemas formar un cuerpo alargado. También es verdad que me hubiera resultado imposible alargar más esta forma. Se hubiera disgregado. Luego comprobaría las razones de esta clara diferencia con los otros dos anteriores. Se trata de un suelo franco.
He querido a continuación comprobar hasta qué punto había partículas de arena, limo y arcilla en estos tres suelos.
Propongo hoy una prueba sencilla, con materiales que todos tenemos en casa y que si bien no nos va a proporcionar unos datos exactos como lo haría un análisis realizado por una empresa profesional, sí nos va a dar una "idea" aproximada del tipo de suelo que tenemos y estimaremos con ella las proporciones entre los tres elementos. Se trata de lo que en infinidad de páginas de internet llaman "la prueba de sedimentación" y la vamos a realizar simplemente con unos tarros de cristal.
Debo decir que me he sorprendido con los resultados de esta prueba. Sabía que los hoyos de plantación de mis rosales no tenían un suelo arenoso porque me he ocupado siempre de que no lo fuera aportando muchísima materia orgánica y sustituyendo todo el suelo original por mezcla de materiales. Pero el suelo del seto norte, aunque trabajado previamente a las plantaciones en sus 20/30 cm primeros mezclándolo con estiércol y otras materias orgánicas y con los aportes superficiales posteriores que se han ido haciendo estos dos años, creí, la verdad, que sería todavía más arenoso de lo que es.
Bien, os cuento como he realizado esta prueba de sedimentación o estratificación (no sé cómo llamarla porque no es exactamente ni lo uno ni lo otro jejjejeje) pero nos vale para entendernos. Verdad? :)
Es importante no tomar las muestras de tierra de la parte de arriba del suelo que suele contener mucha más materia orgánica procedente de acolchados y aportes de compost. Conviene hacerlo de una zona algo en profundidad, 15/25 cm, más o menos en la zona dónde crecen las raíces de los rosales. Hacerlo así no nos distorsionará tanto los resultados.
Una vez tomadas las muestras de suelo de todos aquellos rincones de nuestro jardín en los que queramos comprobar la proporción de arena/limo/arcilla que tienen, debemos cribarlos para eliminar gravas, piedras, raíces, etc.
Metemos las muestras de tierra limpias en un tarro de cristal que convendría etiquetar con los datos de la zona del jardín de la que procede su contenido.
Leí en algún sitio que era mejor agregar jabón a la mezcla para que las partículas permanecieran disgregadas y no se pegaran unas a otras pero no estoy segura de su conveniencia. Creo que si tuviera que volver a hacer esta prueba no se lo agregaría porque además de dificultar la visión de la parte superior del bote por la espuma que forma, creo que mantiene artificialmente algunas partículas en suspensión que de no haber habido jabón quizás hubieran descendido.
Llenamos los tarros de agua hasta arriba y movemos enérgicamente el contenido de los frascos durante un par o tres de minutos hasta asegurarnos de que todo su interior está perfectamente mezclado.
Lo dejaremos en reposo al menos 24 horas. Incluso tras 24 horas no se habrán depositado todavía todas las partículas en suspensión en el agua. Las más pequeñas, las de arcilla, seguirán flotando en el agua que hay en la parte superior de los frascos. Tardaría días en ver ese agua transparente, lo estará cuando toda la arcilla que hay mezclada aún con el agua baje al fondo y engrose algo más la capa superior de arcilla que hay en el frasco.
Qué ocurrirá con este reposo? Que las partículas más grandes, las que pesan más, se depositarán a mayor velocidad en el fondo del tarro y formarán una capa de arena. A continuación se depositarán las siguientes en tamaño, el limo. Por último lo harán las más pequeñas, las de arcilla. Ésta será la capa superior.
Sobre la superficie del agua e incluso tras algún día de reposo más, podemos ver la materia orgánica que flota o que finalmente ha descendido hasta situarse sobre la capa de arcilla.
Si el alto de estas tres capas las dividimos en diez partes y calculamos qué porcentaje representa cada una, tendremos el porcentaje de arena, limo y arcilla que contiene cada muestra de suelo. Hay quienes lo miden a mano con una regla. A mí me ha ido mejor agrandar o achicar la imagen de una regla hasta que el alto total de partículas fuera de 10. Lo he hecho con Photoshop, claro.
Las proporciones que dentro del conjunto tienen estas tres capas nos marcarán el tipo de suelo que tenemos: arenoso, limoso, arcilloso o, como suele ser lo mas habitual, mezcla entre ellos: franco arenoso, arcilloso limoso, arenoso franco, etc, etc.
Usando un triángulo de texturas del suelo no hay más que localizar en cada uno de sus tres laterales los valores de cada tipo de partícula y ver en qué tipo de suelo se ubica su confluencia.
Esta es una muestra de suelo de mi seto norte.
A continuación, una muestra de mi jardín trasero.
Por último, una muestra de suelo tomada del interior de los hoyos de plantación de mis rosales.
Pero además del tipo de suelo con el que contamos, hay otro factor que interviene poderosamente en la disponibilidad que de nutrientes tienen las plantas en el suelo y en la vida en general que se desarrollará en él. Se trata del pH del suelo.
Cuando el valor del pH es ligeramente ácido (entre 5,5 y 6,5) la mayoría de minerales y nutrientes que hemos estado viendo en los recientes artículos sobre fertilizantes tienen un disponibilidad óptima. Evidentemente los suelos con valores ácidos y o los que tienen valores muy alcalinos serán adecuados para el cultivo de algunas plantas específicas que están especialmente adaptados a ellos y que es en este tipo de suelos dónde crecen más felices. Pero en general, la mayoría de las plantas crecerán mejor y con menos problemas en terrenos con un pH ligeramente ácido como el que estamos comentando.
Sin embargo el asunto no es tan simple como agregar cal a los suelos demasiado ácidos y azufre a los alcalinos. El pH del suelo no solo depende de los iones de hidrógeno (H+). En el suelo hay cuatro elementos minerales con carga positiva que intervienen en los valores de pH que tiene el suelo: Calcio (Ca ++), magnesio (Mg ++), potasio K+) y socio (Na +). El equilibrio que tengan entre sí estos cuatro cationes redundará en beneficio o en contra de la salud del suelo.
El exceso de uno de estos cationes provoca que descienda la disponibilidad de los menos abundantes.
Así, cuando uno de estos cationes se convierte en dominante las plantas pueden sufrir la carencia de otros minerales importantes para su nutrición. Por ejemplo, cuando el Mg está presente en eceso puede haber un déficit del calcio disponible para las plantas que no se solucionará con el aporte de más calcio.
Pero a la vez se hace determinante el equilibrio entre estos cationes si queremos que la estructura del suelo no se vea comprometida. Dentro de los cuatro que hemos mencionado son los cationes de calcio y magnesio los más importantes. Un exceso del primero con relación al segundo producirá suelos con estructura abierta, que se secarán demasiado rápido. Y al contrario, cuando es el magnesio el que predomina sobre el calcio en demasía el suelo se tornará pegajoso cuando está mojado, demasiado denso y con grietas cuando se seca.
Una vez que tenemos claros ya ( o casi, eso espero jajaja) algunos conceptos, como es lógico lo primero a averiguar será el valor del pH de nuestro suelo de la forma más ajustada posible.
Si necesitamos un análisis riguroso deberemos llevar a un laboratorio unas muestras de nuestro suelo para ser analizadas. Pero generalmente, al nivel al menos de jardinero aficionado como yo, será suficiente con el uso de tiras indicadoras de pH fácilmente asequibles en farmacias y en algunos centros de jardinería.
Las hay de distintos tipos e indicadas para diferentes rangos de pH. Las hay que ofrecen resultados de grado en grado de pH e incluso hay otras que llegan a indicar valores de medio grado.
Aclaremos que para que no se vean "contaminadas" estas tiras debemos guardarlas en lugares dónde no haya gases o sustancias ácidas o básicas; dentro del envase en el que se venden y en lugar fresco y seco.
Cuando procedamos al análisis deberemos tomar varias muestras de nuestro suelo en diferentes puntos de la zona que nos ocupe. Con unos puñados de tierra será suficiente. Tomaremos varias porque el pH puede ser bastante variable de una zona a otra. Y desde luego será importante, si se trata de una zona dónde ya haya plantaciones, tomar la muestra de tierra en la zona cercana a las raíces, no solo en superficie si no a mitad de altura entre el nivel del suelo del jardín y las raíces más profundas.
A estos puñados de tierra que pondremos en un recipiente les agregaremos agua destilada (es decir, con un pH neutro, es decir, 7, para que no distorsione los resultados) en cantidad suficiente para formar una pasta o papilla algo fluida. Dejaremos que la mezcla repose un par de horas tras las cuales solo nos resta introducir una tira indicadora de pH en la mezcla durante un par o tres segundos. Sacudiremos el exceso de líquido y compararemos las coloraciones obtenidas con las que acompañan las cajas en las que se venden este tipo de indicadores. Deben de coincidir los tres colores verticalmente.
Quizás no es el sistema más exacto posible pero en general los resultados de este tipo de medidores, salvo que se trate de cultivos muy concretos que precisan un pH muy exacto, serán suficientemente aproximados los resultados que nos aporte.
En mi caso las tres muestras de suelo han dado valores de pH entre 6 y 6,5. Se trata por tanto en las tres muestras de suelos ligeramente ácidos dónde no debería haber problemas graves de disponibilidad de nutrientes. En concreto el suelo de los hoyos de plantación de los rosales creo que resulta bastante adecuado para que mis rosales crezcan felices con un grado de acidez idóneo y una textura en el suelo que no tendría que producir encharcamientos si no un buen drenaje y a la vez permitir la retención de los nutrientes que iré aportando según avanza la temporada.
El gran problema de lixiviación que padece el suelo original de mi jardín aquí no debe de producirse precisamente por el cambio en la estructura del suelo. La permanente utilización de acolchados a base de compost protegerá el suelo de erosiones, cambios bruscos de temperaturas y me ahorrará regar demasiado en verano cuando vengan las altas temperaturas. Eso es lo que espero. claro! :)
Con estos datos, que vuelvo a repetir, no son en modo alguno exactos, si no tan solo un leve esbozo del tipo de suelo en el que crecen las raíces de mis rosales, tengo al menos una ligera idea de cómo actuar. Pienso que no necesita modificaciones profundas en absoluto y que con seguir aportando con frecuencia materia orgánica en modo de compost y de fertilizantes naturales mis rosales podrían crecer saludables sin presentar graves problemas de resistencia a frío, sequía y enfermedades. Al menos en teoría.
La actuación sobre la tierra de mi jardín y sobretodo en las zonas de cultivo de rosales hacia esa meta se ha encaminado siempre. Insisto una vez más en la importancia del aporte de materia orgánica al escenario que rodea la base de nuestras rosas. Lograr un suelo dónde crezcan felices y sanos, un suelo lleno de vida y que no se vaya empobreciendo cada vez más, es la meta de cualquier rosero. Lograr un suelo adecuado para ello está en nuestra mano y pienso que sí, que requiere algo más de trabajo, de estar pendiente y de buscar materiales si lo comparamos con el uso en exclusiva de abonos químicos como única aportación a la tierra. Pero no hay duda, yo no la tengo, que los rosales y cualquier otra planta preferiría crecer en un suelo cuidado que en uno que se maltrata por falta de cuidados.
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